
Dicen muchos libros, enseñan bastantes facultades y comentan algunos expertos divulgadores económicos con intereses tal vez inconfesables que los tipos de interés están sujetos a las fuerzas del mercado, que según la demanda y la oferta de crédito se va ajustando como otros bienes y servicios del mercado y de este modo, los operadores -generalmente los bancos- van fijando la tasa de interés de sus préstamos optimizando su posición competitiva en el mercado respecto al binomio precio/riesgo. Pero eso es una falacia de libro. La cuestión es que a base de repetir la consigna nos lo acabamos creyendo y -desgraciadamente- no es la única falacia que han instalado en nuestra mente.
Hace mucho tiempo que la política monetaria renunció a la gestión de la oferta monetaria más allá de la base monetaria -que lógicamente sí gestiona- y de abrir o cerrar la puerta de la creación de dinero bancario a través del instrumento del tipo de interés oficial, por lo que con esta tasa gestiona el calentamiento o enfriamiento de la economía a base de facilitar o dificultar que el dinero llegué al mercado a través del crédito bancario. Esta herramienta -si se abusa de ella o se mantiene mucho tiempo- nos lleva a ajustes excesivos. El dinero que crea PIB es bienvenido -y el que se pide a los bancos por empresas y hogares suele servir para eso-, afectando positivamente y a corto plazo a su consumo, ahorro e inversión y -de rebote- al empleo en general y que, al crear demanda de dinero, no acaba en inflación en buena medida si no hay abuso como ya hemos visto en la crisis del ladrillo. Quede claro, entonces, que los movimientos del tipo de interés lo determina los dirigentes del BCE como una decisión política tal y como pasa con el Euribor, independientemente que los dirigentes de esa entidad observen y atiendan la situación del mercado y la economía para la toma de decisiones.
Son muchos los economistas de reconocido prestigio que se han manifestando aclarando que la tasa de interés tiene una baja incidencia en la inflación y sí insufla ánimo al crecimiento a corto, así que la motivación tiene que ser otra para tenernos tantos años con tasas altas y la economía estrangulada. En cualquier caso, su efecto -como hemos comentado- sería en el corto plazo, dejando el medio y largo plazo a otros instrumentos de la nueva caja de herramientas que el BCE ha implementado y también a orientado a otros estratos de la sociedad.
Lo acabamos de comprobar hace semanas, el BCE ha reducido un cuartillo la tasa de interés general (de 4,5% a 4,25%) y el tipo de interés de la facilidad marginal de crédito (lo que cobra el BCE a las entidades de crédito está en el 4,50% y el tipo de interés de la facilidad de depósito al 3,75%. Estas tasas conforman el llamado marco operativo y que se basa en los precios de las operaciones de financiación PPF (para préstamos de política monetaria y las compras de activos) así lo bancos adoptan -siguiendo la lógica económica- los tipos determinados trasladándolos al mercado, también entre los mismos bancos en sus intrapréstamos. El mecanismo establece una franja de actuación que va desde la facilidad de depósitos (suelo) hasta la facilidad marginal del crédito (techo) y en esa franja operará la tasa general de interés, preferiblemente cerca de la media (suelo 3,75 – media (4,125) – techo 4,5) o eso es lo que esperan, por eso cuando han querido tener una tasa del 0% -hace algunos años- no han tenido más remedio que llevar la tasa suelo a un número negativo (cobrándoles teóricamente un interés por dejar fondos en depósitos del BCE, pero no para que los bancos tuvieran una razón para prestar dinero el mercado sino porque este mecanismo opera con una franja de tipos de interés que requiere un pasillo que no sea muy estrecho, aunque se tenga que posicionar en un suelo negativo.