
En los siglos XVI, XVII y XVIII, la primera propuesta reconocible del pensamiento económico -el mercantilismo- fue predominante. Se basaba en una fuerte intervención del Estado -por la propia presión de los mercantilistas- con el propósito de acumular metales preciosos y la restricción de las importaciones y así lograr un saldo neto muy positivo de su sector exterior. La colonización y explotación de recursos sentaron las bases del comercio global. Era una especie de proto libre mercado, eso sí, siempre que les conviniera y, si no era así, apuraban al monarca para que les protegiese como fuese. Vamos, lo que suele llamarse: «Pescar en un tonel». Más tarde, llegó Adam Smith (a mediados del silo XVIII) y sus ideas liberales mezcladas con las cuestiones morales, suavizó el egoísta mercantilismo abriéndose al libre mercado. Los estados modernos se forman en esta época, así como la idea de los estados-nación. El Estado debía guiar la economía: aranceles, monopolios coloniales, regulaciones, etcétera, a petición de los mercantilistas. Se necesitaba mucha mano de obra para los dos objetivos base de la época: la producción y la guerra, los dos grandes consumidores de dinero de aquel momento que se concretaba en oro y plata, por eso, su acumulación era el principal objetivo de mercantilistas y monarcas.
Los mercantilistas, no aportaron autores a la economía, eran panfletistas que lanzaban ideas económicas discrecionalmente. Una forma de protección para que a los que estaban bien sentados nadie les moviera la silla a no ser que fuera para tomar más sillas en propiedad. Su foco era acumular oro y plata y para ello tenían que exportar el máximo posible e importar lo menos posible. Si la importación crecía, la monarquía la prohibía y todo volvía a su cauce. Los beneficiados eran unos pocos y eso movió a algunos franceses -como Quesnay- a intentar estructurar la economía al igual que lo hacía el cuerpo humano, basándose en el flujo de dinero, en lugar del sanguíneo. Aparecieron los fisiócratas.
Autores como: Thomas Milles, Thomas Mun, William Petty, Jean Baptiste Colbert o John Law, fueron destacados defensores y usuarios prácticos del mercantilismo. Más tarde, con los fisiócratas, llegó el famoso «Laissez faire».
Tres estilos diferentes de mercantilismo en Europa como el de España y Portugal (siglo XVI) obsesionados por acumular metales preciosos de América, aunque no desarrollamos una base productiva sólida. Esto causó más inflación que el propio oro y la plata que llegaba de América, al tener los pocos recursos productivos ocupados y no poder satisfacer la nueva demanda; el de Inglaterra y Países Bajos (siglo XVII): mercantilismo más “industrial y comercial”, con compañías privilegiadas como la East India Company y, el de Francia (siglo XVII): Jean-Baptiste Colbert, ministro de Luis XIV, promovió manufacturas de lujo y un fuerte proteccionismo.
Ya en el siglo XVIII, los fisiócratas y Adam Smith criticaron al mercantilismo hasta hacerlo tambalear. Smith en 1776, con su obra más más famosa La riqueza de las naciones, atacó la idea de que la riqueza de un país fuera acumular oro y plata, afirmando que lo era la producción y el trabajo productivo. También rechazó el exceso de intervención estatal, defendiendo el libre comercio. Esto no es baladí, porque dio pie a que ahora se niegue la intervención del Estado radicalmente, aunque la intervención contra la que luchó Smith era porque se enfocaba al beneficio de unos pocos y con mayor apertura del mercado, más agentes podían entrar a operar. Me pregunto si la oposición a la intervención del Estado en la actualidad tiene el mismo propósito o si es en sentido contrario. Tan mala es la intervención del Estado excesiva como un mercado todopoderoso. En el término medio está la virtud.
A pesar de que el mercantilismo esté superado, todavía permanecen algunos de sus tics en la economía: el uso de la política comercial como herramienta de poder geoestratégico, el vínculo entre economía y política exterior o la centralización estatal en economía. De hecho, algunas políticas modernas de proteccionismo o de guerra comercial son reminiscencias mercantilistas. Esas reminiscencias no tienen que ser malas per se, como ya he comentado, es el exceso y el abuso lo que es malo. Estado y mercado, son dos fuerzas poderosas que deben compensarse y la preponderancia de uno de ellos perjudica claramente a la ciudadanía. El mercado es lo que hemos elegido para la asignación de los recursos y el Estado debe recomponer aquellas ineficacias del sistema elegido para mantener la cohesión social y también debe regular, pero sin llegar a provocar la inmovilidad por un exceso de regulación e injerencias en el día a día económico. Es como un buen arbitro en cualquier deporte, tiene que estar sin que se note demasiado y sin dar un concierto de pito que no deje desarrollar el juego. Sin árbitro, el partido sería una guerra de puños, patadas y manotazos al balón, que ya nos conocemos todos.
Si analizamos las posturas de algunos gobiernos entre las naciones más importantes del planeta, podemos observar con facilidad que el mercantilismo no ha muerto y que la intervención del Estado con el proteccionismo y la injerencia en otros países, se incrementa porque les conviene a los que -curiosamente- no quieren la intervención del Estado.
